jueves, 29 de septiembre de 2011

LA TERRIBLE GRANDEZA DE LA GUERRA

Sólamente en la guerra, con sus sombras de muerte, tiene el poder de romper la coraza del alma con que se cubre la masculinidad de un hombre en el plano individual. la mónada sobrecargada de responsabilidad personal, que es el hombre, respira cuando la atomizadora vida de un mediocre desemboca en el estado unitivo de la guerra. Cuanto más herméticamente nos encerramos en la propia personalidad, tanto más violento es el afán de librarnos de la cárcel de la persona. Aquí tenemos la fuente del entusiasmo por la guerra, fuente que emana de las capas más profundas del alma. Mucho se ha hablado en contra de la guerra. Pero evidentemente no todo es negativo en ella. Es en la lucha donde se remueven las más profundas vetas de la personalidad de los pueblos; es en la lucha donde frecuentemente aflora lo peor de sus defectospero también lo mejor de sus valores; es en el momento de "ser o no ser" cuando se ve lo que en realidad contiene un pueblo y lo que guarda celosamente como fase de no todos los días.

Más antiguo que el deso de paz es el deso de guerra, pues paz es la cesación de pelea; paz es el reverso de un estado exacerbado de actividad y combate por la existencia. La ausencia de lucha es la “paz”, es decir, paz es falta de algo. Todo lo que vive, lucha y pelea. La guerra es una amplificación gigantesca del espíritu de los pueblos y de los hombres, en la que afloran vivencias ocultas. En ella no solamente, hay el significado de un conflicto entre dos gobiernos o entre dos pueblos: hay también significados más profundos e invisibles; quizá por eso es una necesidad esporádica de los pueblos y de la humanidad misma. No simplemente por un carpicho irreflexivo, sino por una necesidad potente y misteriosa, es por lo que grandes masas de hombres, en la plenitud de su existencia, salen al encuentro de la muerte. Paradójicamente, pese a sus cenizas de destrucción, la guerra es también creadora. No fueron los reposados y sabios senadores los que forjaron el Imperio Romano y la luz de una época, sino la espada de César y el empuje de sus legiones; no fueron sólo los siete sabios de Grecia los que hicieron de Grecia el corazón de la Humanidad y de una civilización, sino el arrojo espartano de sus guerreros. Los pueblos crecen y se hacen grandes y maduros al golpe de sus luchas a través de la Historia. Y esa lucha es dolorosa, pero inevitable y sagrada; es la que va forjando el futuro por más que pacifistas afeminados y sabios progres de salón se empeñen en hacer un mundo sin guerras. En la naturaleza todo es lucha y el hombre no puede sustraerse de la vida superior de la cual es apenas trasunto y brizna..... es poeta guerrero. En el campo de batalla se descorre toda cortina de diplomacia y dejan de ser válidas las apariencias, la palabrería insidiosa y el doblez político y sólo queda en pie la profunda y auténtica voluntad de pelear, el peso de la convicción, el valor del sacrificio para morir por lo que se proclama. Ahí sólo rige la entereza de marchar hasta el final; ahí se esfuma lo que era apariencia vocinglera y se libera de ropajes engañosos lo que era auténtica realidad. Por más que los afeminados se empeñen abstractamente en afirmar lo contrario, la fuerza de las armas en guerra es un hecho solemene e incontrastable, siniestro pero grandioso. que los países desarmados hablen de pacifismo y que ensalcen el derecho internacional como el máximo coordinador entre los pueblos, es tan explicable que el gusano menosprecie la rapacidad del águila y como que el haragán adule a los que puedan arrojarle algunas migajas. Pero todo pueblo con sanos instintos no rehuye jamás del sacrificio de la lucha suprema para asegurar sus derechos que ninguna ley internacional le garantiza. así ha ocurrido en toda la historia de la humanidad. Para los pueblos jóvenes y fuertes, la guerra siempre ha sido siniestra, pero honrosa; sombría y trágica hasta el extremo de la miseria y la muerte, pero gloriosa hasta el sacrificio o el brillar de la victoria. En ella el hombre se encara ante la muerte no por el camino desfalleciente de la enfermedad, ni por el apacible sendero de la vejez, sino por la puerta luminosa de un ideal que trasciende los límites personales del individuo y de una generación y vive en los individuos y en la generaciones que aún están por llegar. A pesar de los pacifistas sinceros o hipócritas, y de los representantes de una época debilitada y en proceso de desintegración, seguirá imperando el relámpago de la espada como signo que escriba en el firmamento de los siglos la historia profunda y arcana de las culturas. Quien no admite el prinicpio de la conquista y de la supresión del derecho vigente, rehúsa ipso facto admitir el progreso; de lo que es para siempre imposible abolir la guerra. Se ha de ser cazador o caza, vencedor o vencido, pues la Humanidad entra en una edad de hierro en la cual todo lo débil perece fatalmente. La paz perpetua es un sueño, y ni siquiera un sueño que guste; la guerra forma parte del orden universal creado por Dios y en ella se desarrollan las más nobles virtudes del hombre: el espíritu de sacrificio, la lealtad y la ofrenda de la propia vida. sin la guerra el mundo se hundiría en el más asqueroso fango del materialismo. Se llega a la unidad perfecta cuando cada miembro mira como suyo propio el destino de los demás. Cada cual sabrá que se debe enteramente al todo y que con él será feliz y sufrirá.... sólo reposan los que no se sienten bastante fuertes para pelear. 


Muy pocos soportan una larga guerra sin que su alma se corrompa, pero nadie una larga paz. La lucha es el hecho primordial de la vida, es la vida misma y ni siqueira el más lamentable pacifista afeminado consigue destruir, desterrar de su alma el placer que despierta. por lo menos teóricamente quisieran los afeminados combatir y aniquilar a los adversarios del pacifismo. La guerra es la creadora de todas las cosas grandes. Todo lo importante y significativo en el torrente de la vida nació de la victoria y de la derrota. Los derechos del hombre, la libertad y la igualdad.... El pensamiento puro, orientado hacia sí mismo, HA SIDO SIEMPRE ENEMIGO DE LA VIDA, Y POR TANTO HOSTIL A LA HISTORIA, ANTIGUERRERO, SIN RAZA. La vida es dura, si ha de ser grande. Sólo admite elección entre victoria y derrota, no entre paz y guerra. Toda victoria hace vícitmas. Sólo es literatura la que, lamentándose acompaña los acontecimientos.... la guerra es la política primordial de todo viviente, hasta el grado de que en el fondo lucha y vida son una misma cosa y el ser se extingue cuando se extingue la voluntad de pelear. 


La raza, señores, es algo cósmico, una dirección, la sensación de unos signos concordantes, la marcha por la Historia con igual curso y los mismos pasos, y de una idéntica pulsación nace el amor real, el verdadero, el que gotea de la sangre: miren a una bandada de pájaros volando en el éter, miren cómo asciende siempre en la misma forma, cómo torna, cómo planea y baja, cómo va a perderse en la lejanía, y sentirán el mencionado amor en su exactitud vegetativa, el tono objetivo, el carácter colectivo de ese movimiento complejo, que no necesita el puente de la intelección para unir el yo con el tú, ni el tú con el yo... así se forja la unidad profunda de un regimiento cuando se precipita como una tromba contra el fuego enemigo; así la muchedumbre ante un caso que la conmueve se convierte súbitamente, misteriosamente, bruscamente, ciegamente en un solo cuerpo que piensa y obra. Señores.... es ahí donde quedan anulados los límites del microcosmos.... y un nuevo sino se cierne sobre todas las cabezas.

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