miércoles, 2 de noviembre de 2011

CARTAS A MI PADRE (escrito por Francis Roberto, mi tío, dedicado a su padre (mi abuelo),

Nació en el Callejón de la Soledad, donde el Sol rompe los goznes de la lluvia de octubre voraz, en la apoplégica corte de la calle vieja y empedrada, donde el tiempo se volvió de ajenjo, con destellos de mar, azahares de luz, descomponiéndose en la teistura de las cosas con estremecimiento de asfalto a lo largo del mundo.

Nació en el delirio de colores fontanales de abril, cuando las recuas de cucuruchos alcanzan su plenitud balsámica siguiendo la oropéndola glacial de sus vetustas creencias y las jacarandas enlutadas rinden culto al Nazareno.

Procesiones que se mueven en el letargo mustio de los pecados.

Nació en la voz de la calle, que descombra los restos que dejó San Sebastián, después de la telúrica vibración de Febrero, mes que regala un día cada año bisiesto, y a nosotros nos dejó una amarga lejanía.

Nació en el Sol de barro de las esquinas y fuentes que se apelotonan en la cornisa dormida de los volcanes que se erectan, rodeando las cuatro latitudes.

En la calle de piedra dorada, musitando esperanzas, en una familia de once personajes, donde fue el penúltimo. Creció en la fragancia que lleva retazos de una flor salvaje estallando en primavera, al calor de una hoguera santa.

Sí, fanático arduo de largas caminatas, pues fue la hondonada, la que nos dejó el invierno Papá, porque tú corriste en esas calles de misericordia, en esas noches de brisas tropicales, que exhalaba el viento en los verdes tremadales en las tardes de efluvios balsámicos.

Y jugaste a la luz de plenilunios de fuego, noche y rosas en los valles.

Y en tu cabeza de niño quedó impregnada la naturaleza de la hora vesperal que dejó el bosque de Jáuregui, cuando solías correr, cuando apenas éramos una pequeña imagen de tu humana personalidad.

Y estuviste ahí, donde las magnolias dejaron soñando su acompasada música de girasoles, que se mueven al compás de las luciérnagas.

Retazos de amaneceres, Papá, corriendo a través de sentimientos, corriendo en la lucha de encomiendas que ha dejado tu vida, todas menos la tuya.

O cuando corrías entre plazas, revoloteando con tus amigos hacia el puente de Las Vacas, perfilando los horrores de los abismos tenaces; sin saberte envuelto en esa vida de hombre público.

Hasta el último confín del mundo, entre lirios y amapolas, en la rienda suelta que te dejaba esa línea del tren que se adelanta hasta encontrar el bautismal luchar "Las Chácaras", para luego regresar en esa sucia madera que dejan los trenes al pasar por la vida, dejando acuarteladas de emociones sin prisa el pensamiento sutil de un hombre.

Fantasmagoría solitaria, sin tumba. Ahí, en el Callejón de la Soledad, donde el viento deja una sonrisa perenne en los labios.

En esa calle de bemoles, y una superviviencia en aderezo, porque tus manos dieron origen a la presea de oro, en cuyo cáliz hubo a veces lamentos.

En la casa donde los visos de los tiestos, hicieron su muralla de vahos fugitivos.

Tu mosquetal papá, donde dejaste l lirismo de tus sentimientos, junto a la calle de perfumes, el cielo de colores, y los espumarajos de luna llenas, en los menguantes rígidos.

Ahí, en Jocotenango, donde el Parque Morazán es un atisbo herbóreo, rompimiento de lujurias naturales que continúan en la avenida Simeón Cañas.

Años atrás en el bosque Rey, los encasillaba en derredores de natura, hoy el progreso nos dejó el asfalto, como a tu calle de ceniza, papá, era moderna polución fastuosa, donde los camiones dejan en el tiempo su música lejana, en las noches de insomnio, cuando con las manos quisiera tomar las estrellas.

Tu juventud, hiciste de ella un alabastro, con visos cenestésicos, contumasia de guirnaladas. Pues fue una explosión de valores que brotaron uno a uno en un mundo de estulticias, lleno de la baraúnda de artificios medievales.

La justicia, nació con tu sonrisa, en la mirada estática de tus ojos cimarrones.

Te hizo jurisconsulto, premier, presidente, un HOMBRE.

Tu abnegación por la ley te llevó a embriagarte con ese néctar, el nepentes de la justicia pública.

Hace de eso, lo mismo que el tiempo enroscado en las paredes de mi casa, crisol de brumas que desaparecieron con un dolor de música sin alas.

Y ya estabas envuelto en el vergel prodigioso que te dejó la hiperestesia de corazón de tu juventud.

Pasante, comisario, secretario, juez, viceministro, ministro, secretario de la presidencia, presidente, Papá, quién iba a decir.

Laureado Falla, en los años de constante lucha, siendo candelas los libros cosidos a punta de agujas inverosímiles de plata, que si las buscamos le sirven a Dios en la alborada gloriosa para indicar con hilos de ámbar el camino a los perdidos transéuntes, copias a mano, migajas, carnavales furtivos de tu mente, pues en tu bosque lloraste en el crepúsculo del viento tu amargura de estudiante responsable.

Laureado, cuántas noches de Dios, papá, cuántos días en tu vida no te ha acobardado el silencio de la derrota, que no te abruman las horas que no empiezan, también son nuestras.

Tus victorias y tus derrotas. En esa época, papá, no sabíamos lo que es la patria, pues es la decrépita hora de falaces agonías desiertas, la angustia de generales que se han orinado en sus muros. Pederastas solapados que ambicionan virtudes, fastuos de gloria, papá, la patria es una bosta, una aurora desolada.

Siendo un Laureado, te qusieron embestir con el epíteto de hombre público.

Se diluyó en un día, la hienda superflua de la patria. Te la dio un homúnculo abyecto, y cuando te embistieron las borlas de tu corazón, agazapadas por la imnundicia del poder en estrepitoso zumbar de tripas gritaron.

Sí, ahí nació mi Padre, donde el cielo y el mar se esconden en crisálida de pensamientos de otoño, donde nace la famélica idea de poderes absolutos. Recorrió las calles empedradas, con la ilusión taciturna de llegar muy lejos.

En el calor de la brisa en primavera, que le dio al tiempo color de iguana vieja y a ti Padre la facultad de zahorí.

En el viento triste de los bosques y barrancos del hipódromo, cuando nosotros éramos tan sólo una idea vaga de tu humana personalidad.

Pues Padre, tú el varón que lleva siete corazones de piedra, cubiertos por siete corazones de oro.


En la idea real de tu ser, de tus derrotas y victorias, pues ahora ya estamos ligados, en el paroxismo de mi pobre literatura, en la brisa poplégica de mis dos apellidos, en los secretos de mi casta viviente.

Nos llevamos terciados en la sangre de tus venas, en las palmas de tus manos, en el sudor de tu frente.

Pues somos tu estirpe y dinastía. Y tú el Patriarca.

Estirpe irresoluta que forma un credo de esperanzas.

Pues es el Callejón de la Soledad, el tanque de la calle empedrada y vieja, el puente de Las Vacas, los baños de La Chácara, el celestial Jáuregui, y tu estirpe Papá.....



De Francis Roberto,

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