miércoles, 16 de noviembre de 2011

FLAMENCO BAJO LA LUNA.

Sevilla, verano del año 2002.


Sean advertidos, de que a nunca sentirán el Sol de Andalucía en todo su horizonte y esplendor, en todo su calor y pasión, a no ser que un día se encuentren ahí, con la  piel sudando la doliente y cálida sensualidad flamenca durante el día, y con el corazón suplicando por más, en cada latido, durante la noche. Desde Sevilla hasta Córdoba, desde Jaén y Jerez hasta Granada y Marbella, todo está conectado a través de un misterio que no se puede explicar, tan sólo comprender, en lo más hondo del alma, entenderlo ahí, donde toda experiencia se graba a gotas de sangre y chispas de fuego, cada una de ellas rematándote con sablazos de enamoramiento y sensualidad. 

Cuando el alma lo comprende, si es que tiene las agallas de hacerlo, comprenderá la roja belleza granadina en su amanecer….. e incluso entenderá la legendaria lujuria de Tartesos.[1] Ruégole a la misteriosa musa y diosa de Sevilla me perdone mi septentrional osadía, pues yo, cuya sangre se mezcla en la hispánica marca que combina con aquélla que es romana, busco en el Guadalquivir… 

Cómo brilla el Guadalquivir, serpentea a Sevilla a la manera como la lujuria se enrosca en el corazón cuando respira bajo el inclemente Sol de Andalucía. Sello mediterráneo es aquél, de aquellos cuya sangre y corazón es más valiente mientras más brilla el Sol y más hace calor, es mediterráneo el anhelo de pelear, morir, amar….. háblame, Sevilla, que me sofoca el calor, Andalucía es un horno; el mediterráneo anhelo existe porque el alma, cuando bajo este Sol camina por estos lares, por estas playas… por esta Historia…. comienza a doler, pues busca más y a por más, pero sabe que ya nada la habrá de satisfacer. 

He aquí, Sevilla, el origen de tu arte. Nuestra Señora de la Macarena es testigo, de cómo busqué, volví a buscar, y continué buscando, entre las calles de Sevilla, la roja Alhambra de Granada, los mares de Cartagena, en sus reales maestranzas, en el sabor de su jerez, en sus montañas nevadas, buscaba la expresión de todo este universo de arte y belleza, una sola expresión que me sumergiera en este mundo de eterno sol, la expresión que me indicara la razón por la cual aquí los hombres arqueamos el pecho como toreros en los andaluces ruedos de Ronda, la razón por la cual este lugar me inspira a escribir….. 

Cayó la noche, obscuridad claveteada de diamantes en la negrura del cielo, damas de honor de la Luna andaluza, cálida, veraniega Luna que hizo arder en mil versos al Cisne de Andalucía,[2] ése que escribía lo que como poeta cantaba.…. pues algo hay en el aire que sopla sobre estas tierras, está cargado de algo que no alcanzo a descubrir, algo que tiene efectos sobre el cuerpo, y el corazón, el primero buscando arriesgar, pelear, luchar, ése efecto que produce esta tierra: aunque sea contra un toro… pues el corazón tiene hambre de más….. lo que yo estaba buscando era un profundo significado, expresado con gestos que solo el alma comprende al sonar de una guitarra.

En medio de esta negrura escuché un lamento, era el lamento de un hombre que se dolía, no de un dolor físico, sino de un mal que no tiene cura: el de aquél que ama demasiado…. Era el lamento que ruge a través de lo siglos, que no necesita interpretación alguna para que los hombres dotados con ese sexto sentido puedan identificarlo, era un lamento gitano, el de un corazón partido y vuelto a unir, un lamento que no pronuncia palabra alguna, tan sólo emite su dolor, un corazón que está de duelo….. era el lamento de un cantaó….

El lamento combinaba, con una fuerza descomunal, con los patios andaluces en los que yo me encontraba, era una conversación secreta entre el lamento y aquello que yo buscaba, una conversación entre el lamento y el Guadalquivir, entre el lamento y las blancas calles andaluzas, entre el lamento y todas las batallas de reconquista habidas…. y por haber…. entre el lamento y el viento andaluz, entre el lamento y un ruedo para toros, entre el lamento y un caballo rejoneador, entre el lamento y la belleza de la blanca calle en que yo me encontraba caminando. No bastó el sofocante calor de la noche, la piel se erizó, pues yo era testigo de esa secreta conversación, sólo yo, fui el único que la pudo escuchar, ese sentido con el que yo nací modulado me hizo oírla y escucharla. Eso que yo estaba buscando, eso a lo que yo estaba buscando significado, “eso”…. estaba conversando con un lamento cantaó. Estupefacto, giré la mirada hacia de donde venía el lamento, era la entrada a un patio andaluz, “llévame ahí, te lo suplico, llévame ahí” me imploraba mi ego….

El rostro del cantaó, en la mitad del andaluz patio, partía el alma con un gesto de dolor mientras emitía su lamento, era un gesto desgarrador…. Junto a él, justo en ese momento, una melodía conversaba con las flores sostenidas en las masetas colgantes del patio, la melodía conversaba con los azulejos andaluces que adornaban las paredes del lugar. Era una guitarra, era un tocaó….

Sí, algo en lo más profundo del alma inspira a aplaudir, pues bajo este calor andaluz el alma se eleva mucho más que en aquellos caribeños y paradisíacos lugares, cuya africanizada música tanto gusta a los mulatos y a las mujeres vulgares.

No, aquí es el arte del calor, el arte del sol, el arte de la playa, el arte en sí, el arte que sufre y alegra, es el arte andaluz. Digno de aplaudir, al compás de la guitarra…. Tic toc…. Toc tic…. Tic toc…. Toc tic…. El corazón aplaude lo que la mente no hace alarde.

Helo ahí el significado de los sueños vandálicos[3] por los que de aquí nadie se quiso ir sino por la fuerza: en el centro, entre cantaó y tocaó… una mujer sentada, con un rictus en el rostro igual de cruel pero no por ello menos hermoso, era su rostro el perfecto ejemplar del arte mudéjar de estas tierras, era una mujer andaluza, dotada de una figura guitarresca mucho más sensual que aquélla que manoseaba el tocaó. Las caderas y su busto eran la melodía perfecta….. todo en ella era redondo. Era tan tremendamente atractiva que el lugar solo escuchaba la palma de su mano golpear a la otra palma… palma… palma…. Sus bronceadas piernas andaluzas cruzadas una sobre la otra, hacían volar la imaginación del arte, desde Tartesos hasta el Cisne, y del Cisne a Lorca, todos testigos a través de los siglos del viento bético, incrustados en las azulejeadas paredes de este lugar, estaban presentes y no lo estaban, pero sí eran testigos junto conmigo de que…. era ella quien aplaudía.

Lentamente, a medida que cantaó y tocaó arremetían contra la cadencia del flamenco compás, ella se ponía de pie, como empujada por el creciente veraniego del Guadalquivir, hasta estar totalmente de pie, tiesa como la Giralda, la espalda arqueada con una imponente sensualidad indescriptible, el negro cabello adornaba sus hombros rígidos, pues sus brazos estaban a la altura de su insolente busto… aplaudiendo al son del compás, dejando ver su roja falda cortada en diagonal…. a la manera sevillana.

Pronto su mano tocó el extremo de su falda y ésta se agitó aleteando flamígera al viento, como si las almas de todos los hombres que han muerto por amor la agitasen…..
Sus tacones golpearon el tablao suelo con toda la furia hispánica que podía caber debajo de su falda, furiosos golpes al suelo, como si retara a los presentes mientras su mano hacía sus sugerentes contorsiones, como las olas de la Costa del Sol. Golpes llenos de furia…. sus tacones le decían al planeta que ahí, en Sevilla está el centro del mundo.

No, ya no era una conversación. Era una batalla. Llegó un momento en que la conversación dejó de tener sentido, pues yo me hice parte de ella y descubrí que no se trataba de una conversación entre aquél lamento y su entorno…. Sino una batalla por el dominio del arte en el lugar que lo vio nacer con la mayor de las furias, era una batalla que sólo el corazón podía entender, era una batalla entre aquél mundo…. y el resto del mundo.

Súbitamente comprendí por qué de estas tierras zarparon los más grandes e intrépidos conquistadores, aquellos que crearon el Imperio más grande de la Historia y elevaron hasta el cielo su aliento….. todo era un lamento, que se hizo presente ahí donde llega el viento.
Repentinamente comprendí el reproche de aquella mujer al dolor patético de aquél que llora como mujer lo que no sabe defender como un hombre.

Comprendí por qué los toreros sacan el pecho frente a un toro lo mismo que ante la mujer de sus sueños: el corazón late muy fuerte.

Esa conversación convertida en batalla, me mostraba los efectos de su arte: aventura y conquista. Pero me mostraba una batalla aún más profunda, la batalla que es el origen del arte: la batalla del corazón de un hombre contra todo aquello que ama y que busca amar, pues si tal búsqueda se desarrolla en batalla, es por que el corazón ama con demasiada fuerza, ímpetu y valentía..... busca crear lo que ama, aquello que él sabe ya existe. El flamenco me lo mostró de la más sublime de las maneras.

Algo dentro de mí entendió parte del secreto de la vida.

Me regreso a la tierra en que nací, pero espérame aquí, Sevilla, pues has de saber que estás conmigo ahí donde yo estoy, has de saber también, que he de volver, para que me muestres con la misma calidez el secreto de la belleza, una vez más, como las enamoradas piden amor una otra y vez, como si fuera la última vez, he de volver. Y me volverás a mostrar ese secreto que se esconde desde una de tus flores, ahí donde me enseñaste a tocar a una mujer a la manera a como se tocan las guitarras…. y me mostraste con tus musas el secreto de besar a una mujer sin tocarla. 

Me enseñaste a tentar el alma, a bailar sobre su cabeza, a golpear con tu furia, y a aplaudir con tu alegría.

Espera mi vuelta, pues lo haré aunque sea nadando hasta los puertos de Huelva, espera a que vuelva.

RH


[1] Sepa usted, ignorante lector, que Tartesos era una antigua ciudad ubicada en lo que hoy es Cádiz, famosa por los restos arqueológicos de artesanía que simbolizan contenido sumamente cargado de erotismo. Tartesos tenía una escuela de baile, cuyas egresadas eran las favoritas de la antigua Roma, debido a sus complicados bailes, llenos de contorsiones y movimientos que sugerían lujuria.
[2] El Cisne de Andalucía, neófito lector, es nada menos que Adolfo Bécquer.
[3] Entérese, tapado pero curioso lector, que los vándalos eran una tribu germánica radicada en el actual sur de España, que dio el nombre a su tierra de “Vandalia”. Éstos fueron expulsados por los visigodos, éstos por los moros, éstos por los cristianos…. En el ínter la región se llamó Al-Vandalia, Al-Andalia, Al-Andalus…. Andalucía.

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